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domingo, 15 de enero de 2012

Werther // 22 de mayo

Muchas veces se ha dicho que la vida es un sueño, y no puedo desechar de mí esa idea. Cuando considero los estrechos límites en que están encerradas las facultades intelectuales del hombre; cuando veo que la meta de nuestros esfuerzos estriba en satisfacer nuestras necesidades, que éstas sólo tienden a prolongar una existencia efímera; que toda nuestra tranquilidad sobre ciertos puntos de nuestras investigaciones no es otra cosa que una resignación meditabunda, y que nos entretenemos en bosquejar deslumbradoras perspectivas y figuras abigarradas en los muros que nos aprisionan; todo eso, me hace enmudecer. Me reconcentro en mí mismo y hallo un mundo dentro de mí; pero un mundo más poblado de presentimientos y deseos sin formular, que de realidades y de fuerzas vivas.
Cuantos se dedican a la enseñanza convienen en que los niños no saben darse cuenta de su voluntad; pero, por más que para mí sea una verdad inconsusa, no creerán muchos que los hombres como los niños, caminando a tientas sobre la tierra, ignorando de dónde vienen y adónde van, son poco menos que autómatas y, exactamente como los niños, se dejan gobernar con juguetes. 
Te concederé desde luego (porque sé que me lo puedes objetar) que los más felices son los que no se curan del pasado ni del porvenir, los que pasean, visten y desnudan su muñeca, y los que, dando cautelosas vueltas alrededor del armario donde la madre ha encerrado las golosinas, cuando logran atrapar al manjar apetecido, lo devoran a dos carrillos y gritan: <<¡Más!>> Estas criaturas son envidiables. También lo son las que, encarecido con títulos pomposos sus frívolas ocupaciones, o tal vez sus pasiones, reclaman gratitud al género humano, como si para su salud y su dicha hubieran llevado a cabo alguna empresa gigantesca.¡ Feliz el que pueda vivir de este modo! Sin embargo, el hombre humilde que comprende adónde va todo a parar; el que observa con cuánta facilidad convierte cualquiera su huerto en un paraíso, y con cuánto tesón el infeliz que gime encorvado bajo el fardo de la miseria prosigue casi exánime su camino, aspirando, como todos, a ver un minuto más la luz del sol, está tranquilo, crea un mundo, que saca de sí mismo, y también es feliz, porque es hombre. Podrá agitarse en una esfera muy limitada; pero siempre llevará en su corazón la dulce idea de la libertad y el convencimiento de que saldrá de esta prisión cuando quiera.

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