Seguidores

domingo, 14 de abril de 2013

Raquel Martos

Resulta que ayer fue el Día Internacional del beso. ¿En qué estaría pensando yo para no celebrarlo? Con lo fan que soy del beso, de besar, de que me besen… Y me he puesto a investigar el origen de la fecha señalada y resulta que surgió gracias al beso más largo de la historia: 46 horas 24 minutos y 9 segundos. ¿Casi 50 horas? ¿Un vuelo Madrid- Nueva Zelanda de ida y vuelta? ¿Casi un fin de semana sin hacer otra cosa que besar? Ni poner lavadoras, ni hacer la compra, ni cervecear con los amigos… 
Soy de las que opina que al día le faltan horas, que en algún momento de la historia, alguien metió un recorte al día y nos lo comimos con patatas sin escrachear ni nada, porque a mí, desde luego, con veinticuatro horas no me da para hacer todo lo que tengo que hacer, besar incluido. A veces, voy tan acelerada que mando los besos por whatsapp y hasta los abrevio: Bss, Bs, Mua o pego un icono de esos que tiene un corazoncito junto a los labios y me quedo tan ancha. Imagínate sacar 46 horas 24 minutos y 9 segundos para besar, tendría que hacerlo durante un año sabático.
Por otra parte, un beso de 50 horas pierde la esencia ¿no? ¿En qué momento deja de ser beso y empieza a ser rutina o centrifugado? A mí esto me pasa con los gin tonics. Me gusta proponerlos, imaginármelos, pedirlos, experimentar con nuevas ginebras y combinar con tónicas envasadas en botellas bonitas- de esas que dan ganas de coleccionar- y me encanta probarlos. Pero, una vez que me pongo a ello, me duran mucho, demasiado. Y al cabo de un rato, cuando todos han acabado su copa, sigo yo mareando la mía, dando sorbitos de pájaro, hasta que mis amigos deciden que es hora de marcharse y acabo diciéndole a alguien : “Acábate mi gin tonic, que no quiero más”. Pues con los besos igual, 50 horas de beso me parecen muchas horas, seguro que acabaría diciéndole a alguna amiga: “Oye, sigue besándolo tú, hija, que yo no me voy a terminar este beso…”
Los besos no son más besos por la duración, sino por las ganas, por la necesidad de darlos, porque como decía alguien a quien conocí y que besaba realmente bien: “siento que al besar se me sale el alma por la boca”. Me gustó tanto que se lo copié y lo integré en mi primera novela, que se te escape el alma por la boca es la mejor definición de aquellos besos inevitables, incontenibles, los que provocan electricidad, esos que, después de darlos, te dejan la sensación de que podrías morirte sabiendo que has conocido la excelencia.
Tuve un novio en la adolescencia que decía que besar es acariciarse por dentro y también me gustó su sentencia. Bueno, es que él me gustaba mucho y todo lo que decía me sonaba muy bien, hasta que lo dejamos y pensé que por mí podía ir a acariciarse por dentro con el mismísimo Satanás, porque a mí no me besaría nunca más. Con los años dejé de tener malos pensamientos y ahora nos mandamos “muas” por whatsapp, tan amigos.
Claro, una habla de besos y podría parecer que sólo se refiere aquellos que le das a alguien que te atrae de aquella manera, pero no. Cuando hablo de besos, hablo de todos, de los que le das a tu madre en un intento de volver a anudar el cordón umbilical que te unía a ella hace taitantos años; los que te dan tus sobrinos, que te barnizan de babas mezcladas con caramelo; los que les das a tus amigas, a tus amigos, esos que están, los que siempre están; los que le diste a tu padre cuando sabías que quedaban pocas ocasiones para besarlo; los que le das a un desconocido tratando de demostrar, con un solo gesto, que quieres acogerlo, integrarlo, hacer que se sienta bien; los que le das a alguien que sabes que no suele recibirlos y que provocan un brillo instantáneo de ojos en el receptor y el emisor; Y hasta los de mi gato.
Sí, un día le pregunté a Carlos, mi amigo veterinario, si era conveniente besar a mi gato – nunca en el hocico, que en eso soy estrecha y escrupulosa a partes iguales -. No sabía yo si comérmelo a besos- en plan inglesa solterona de novela- sería buena idea, que los gatos son muy suyos…Y Carlos me dijo que sí, que él lo interpretaría como una muestra de cariño como otra cualquiera. Y comprobé que era cierto, que lo agradecía con un gesto inequívoco, cerrando los ojos e inclinando la cabeza, o sea, como tú, como yo, cuando llega alguien y te besa en el cuello. Jura que no cierras los ojos e inclinas la cabeza tratando de pegarla a tu hombro. Y a tu hombre… o mujer.
Besar es un placer genial, sensual, que habría dicho la gran Sara Montiel si, en vez de tener cerca la boquilla de una pipa, hubiera tenido la boca deseada. Besemos por encima de nuestras posibiulidades y no seáis ratas, que no se gastan. Besos para todos.

NOTA DE LA AUTORA: Si me dan a elegir entre besito, besote o besazo – eso que nos ha dado a todos por decir últimamente- me quedo con beso, así sin más. Ni menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario